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Ofreció una lectura de sus poemas en el Aula Cultural Universidad Abierta

Luis Alberto de Cuenca, en el Aula de Poesia de la Facultad de Letras

22/02/2007
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Luis Alberto de Cuenca, en el Aula de Poesia de la Facultad de Letras

22/02/2007

El ex secretario de Estado de Cultura Luis Alberto de Cuenca ha participado esta tarde en el Aula de Poesía de la Facultad de Letras para realizar una lectura comentada de sus poemas. En el acto, celebrado en el Aula Cultural Universidad Abierta, de Cuenca ha manifestado que "me gusta recordar que mi poesía suele gustarle a gente que no lee poesía o piensa que la poesía es un asunto de señoras cursis y/o de tarados. Eso demuestra que la poesía puede y debe salir del ghetto, de las mafias y sectas, del malditismo. De su propia y tediosa iconografía."
Luis Alberto de Cuenca nace en Madrid en 1950. Doctor en Filología Clásica y profesor de Investigación del CSIC, ha sido director de dicho Instituto y de la Biblioteca Nacional. Hasta 2004 fue secretario de Estado de Cultura.
Como traductor y especialista en cultura clásica ha publicado, entre otros, Floresta española de varia caballería (1975), Necesidad del mito (1976), Himnos y epigramas de Calímaco (1980), Antología de la poesía latina (1981), El héroe y sus máscaras (1991), Bazar (1995), o Álbum de lecturas (1996). En 1989 obtuvo el Premio Nacional de Traducción por su versión del poema latino medieval Cantar de Valtario.
Su obra poética se inicia en 1971 con Los retratos y prosigue con Elsinore (Madrid, Azur, 1972), Scholia (Barcelona, Antoni Bosch, 1978) y Necrofilia (Madrid, Cuadernillos de Madrid, 1983), en la línea de la poesía culturalista. La ironía, el lenguaje coloquial, el distanciamiento, o la mezcla de lo cotidiano y lo libresco, son rasgos perceptibles a partir de La caja de plata (Sevilla, Renacimiento, 1985), que obtuvo el Premio de la Crítica en 1986. El otro sueño (Sevilla, Renacimiento, 1987), El hacha y la rosa (Sevilla, Renacimiento, 1993), Por fuertes y fronteras (Madrid, Visor, 1996), y El bosque y otros poemas (Málaga, Llama de amor viva, 1997) completan su obra poética, que reúne, corregida y reelaborada, a excepción del primer libro, en Los mundos y los días. Poesía 1972-1998 (Madrid, Visor, 1999. 2ª edición). Posteriormente ha publicado Sin miedo ni esperanza (Madrid, Visor, 2002) y La vida en llamas (Madrid, Visor, 2006), libro por el que recibió el Premio Ciudad de Melilla.
"Mi poesía me la trae la brisa que de vez en cuando sopla en mi calle, junto a olores antiguos más o menos prohibidos, canciones olvidadas y deseos por realizar. Mi poesía es figurativa. Mi poesía se entiende. Mi poesía busca moldes métricos y es, casi siempre, epigramática. Hace unos quince años, y guiado por lecturas helenísticas (la Antología Palatina) y provenzales (la lírica trovadoresca compilada por Martín de Riquer), abandoné una poesía de estructuras abiertas y empecé a escribir otra de estructuras cerradas, centrándome en los tres o cuatro temas que desde entonces aparecen una y otra vez en mi obra poética, y que son los temas de siempre” –recoge el escritor en una de sus obras.
"La poesía –continúa- es tan sólo una parte de mi vida. Tengo poco o nada que ver con los poetas para quienes la profesión poética es toda su vida, con los poetas que se creen geniales y te derriten la cabeza con sus libros inéditos para que les des tu opinión. Alucino cuando alguien dice que ser poeta es una religión, que para escribir versos se necesita estar en trance o recibir señales de lo alto o de lo profundo."
"El concepto que valoro más a la hora de escribir poesía es la sinceridad (una «sinceridad» entre comillas que implica el concepto, también entrecomillado, de «obligatoriedad» o «necesidad» del poema). Pero no me interesa la sinceridad si no va acompañada de la claridad. Pienso que es de la sabia conjunción entre sinceridad, claridad, técnica y sensibilidad de donde surge la emoción poética. Soy mal lector de poesía contemporánea en la medida en que la poesía contemporánea no suele preparar bien esos cócteles.
Por lo demás, no hay poesía si quien la escribe no posee dominio del oficio, conciencia del género, rigor en la construcción y, desde luego, oído. Un poeta no debe contar nunca las sílabas de un verso. ¡Cuántos endecasílabos mal medidos o mal acentuados en nuestra poesía más reciente! No debemos renunciar a lo mejor de la Vanguardia, a esa Vanguardia que relampaguea en los versos humorísticos de Ángel Guache o en la poesía más reciente de Abelardo Linares, pero tampoco a nuestra tradición, que es lo más valioso que tenemos” –reflexiona de Cuenca en “Poética", en El último tercio del siglo (1968-1998), Madrid, Visor, 1999, pp. 395-396).

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