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Así podría influir el consumo de alimentos ultraprocesados en el comportamiento violento

08/10/2025
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Así podría influir el consumo de alimentos ultraprocesados en el comportamiento violento

08/10/2025

Carmen María León Márquez, Universidad de Castilla-La Mancha

El intento de explicar las causas de la violencia suele centrarse en factores sociales, económicos o psicológicos: la desigualdad, la exclusión, los traumas infantiles o el consumo de sustancias… Pero ¿y si algo tan cotidiano como la alimentación también influyera en cómo regulamos nuestro comportamiento?

La creciente presencia de alimentos ultraprocesados en nuestra dieta, caracterizados por su pobre valor nutricional y su alto contenido en azúcares añadidos, grasas transgénicas y aditivos, está transformando nuestros hábitos alimentarios. Y aunque su impacto en enfermedades metabólicas como la obesidad o la diabetes está bien documentado, investigaciones recientes sugieren que también podrían influir en funciones cerebrales relacionadas con el control emocional y la impulsividad, dos dimensiones vinculadas al comportamiento violento.

Cerebro y alimentación: una relación compleja

Numerosos estudios han demostrado que la nutrición tiene un efecto directo sobre el funcionamiento del sistema nervioso central. Dietas ricas en ultraprocesados y pobres en nutrientes esenciales se asocian con alteraciones en la microbiota intestinal, inflamación crónica y disfunciones en regiones clave, como la corteza prefrontal, implicada en el control de impulsos y la toma de decisiones.

Por ejemplo, un estudio publicado en The American Journal of Psychiatry encontró que hábitos de vida poco saludables –como una dieta deficiente en nutrientes esenciales y la falta de actividad física– se asocian con un aumento de marcadores inflamatorios, los cuales pueden afectar negativamente a la salud mental.

Desde una perspectiva psicológica, diversos trabajos han vinculado el consumo habitual de ultraprocesados con síntomas como impulsividad, hostilidad y malestar emocional.

Así, un estudio longitudinal realizado con adultos con sobrepeso y síndrome metabólico en 2019 reveló que niveles más altos de impulsividad se relacionaban con una menor adherencia a patrones dietéticos saludables y una mayor preferencia por dietas occidentales, caracterizadas por alimentos ultraprocesados ricos en grasas transgénicas y azúcares.

Aunque estos factores no implican violencia de manera directa, sí aumentan su probabilidad, especialmente en contextos de vulnerabilidad.

Como ejemplo de esto, un estudio con adolescentes españoles encontró que un mayor consumo de alimentos ultraprocesados se asociaba con un incremento en dificultades emocionales y conductuales, como ansiedad, problemas de atención y comportamientos disruptivos. Aunque los resultados son correlacionales (es decir, no permiten establecer una relación causa-efecto), sugieren que ciertos hábitos alimentarios pueden afectar la estabilidad emocional y la capacidad de autorregulación, elementos clave en el surgimiento de conductas conflictivas.

Intervenciones nutricionales en entornos carcelarios

Pero ¿puede la alimentación promover directamente comportamientos violentos? Algunos estudios pioneros han explorado esta relación en contextos controlados, como las prisiones.

En uno de los primeros ensayos clínicos realizados en Reino Unido, los investigadores administraron suplementos nutricionales (vitaminas, minerales y ácidos grasos esenciales) a un grupo de jóvenes adultos en prisión. Los resultados fueron sorprendentes: quienes recibieron esos suplementos cometieron un 26,3 % menos de infracciones disciplinarias en comparación con el grupo placebo. Además, en los participantes que tomaron los suplementos durante al menos dos semanas, la reducción promedio alcanzó un 35,1 %.

Este estudio fue replicado años más tarde en los Países Bajos con una muestra más amplia, obteniendo resultados similares: la administración de suplementos redujo significativamente las infracciones disciplinarias en prisión. La hipótesis que sustenta estos hallazgos es que un mejor aporte nutricional favorece una función cerebral más óptima, mejorando la autorregulación y disminuyendo la reactividad emocional.

Es importante subrayar que estas investigaciones no implican que una alimentación de baja calidad nutricional cause directamente la violencia, sino que puede actuar como un factor modulador del comportamiento, especialmente en individuos con condiciones preexistentes de impulsividad, estrés crónico o deterioro emocional.

Ultraprocesados y patrones de consumo adictivo

Parte del problema es que los alimentos ultraprocesados no solo tienen un pobre valor nutricional, sino que también pueden generar patrones de consumo adictivo. Su diseño industrial, hiperpalatable (que resulta sumamente grato al paladar), con combinaciones específicas de aditivos artificiales, grasas transgénicas y azúcares añadidos, activa los circuitos de recompensa del cerebro del mismo modo que lo hacen ciertas sustancias psicoactivas, como la cocaína.

Esto puede dar lugar a una relación compleja que derive en compulsividad y falta de control sobre el consumo de estos productos.

Una vía para la prevención

Si lo que comemos influye en nuestra regulación emocional, entonces la nutrición podría ser una herramienta complementaria para prevenir el comportamiento violento. Esta idea ya se está aplicando en algunos contextos, desde programas piloto en prisiones hasta intervenciones en escuelas ubicadas en zonas vulnerables, con el objetivo no solo de mejorar la salud física, sino también el bienestar socioemocional.

No se trata de caer en reduccionismos: la violencia es un fenómeno complejo, y ningún enfoque por sí solo puede explicarla o erradicarla. Sin embargo, ignorar el papel de la alimentación supondría omitir un factor clave en el análisis criminológico.

Entonces, ¿somos lo que comemos?

Tal vez no del todo, pero sí más de lo que creemos. Nuestra alimentación influye directamente en la manera en que pensamos, sentimos y actuamos. En un mundo donde los ultraprocesados predominan en la dieta de millones de personas, quizás debamos empezar a preguntarnos si una parte de la violencia que nos rodea podría estar gestándose, en silencio, en nuestros platos.The Conversation

Carmen María León Márquez, Profesora e Investigadora en Criminología, Universidad de Castilla-La Mancha

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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