Juan Luis Manfredi, Universidad de Castilla-La Mancha
Mis alumnos nacieron después del 11-S. Como ellos mismos dirían, son nacidos en “07” o “06”. Hablarles de los atentados de 2001 les suena, literalmente, a otro planeta. Y tienen razón. Aquel era otro planeta.
En 2001, aún vivíamos en un mundo feliz de libre comercio, dividendos de la paz, olas democratizadoras y prosperidad económica. China se integraba en la Organización Mundial del Comercio y el presidente Bush Jr. quería concentrar sus esfuerzos en la política doméstica.
Europa acaba de aprobar el Tratado de Niza, antesala de la gran ampliación de 2004.
¡Quién no recuerda lo felices que éramos!
Entonces llegaron aquellas conexiones en directo con las Torres Gemelas. El terrorismo global cambió el mundo que conocíamos.
Hoy, el terrorismo persiste, pero su forma ha mutado. Veamos cómo.
Al Qaeda en pleno auge
En 2001, Al Qaeda abre la puerta a una estructura terrorista global, con una ambición y una jerarquía clara. Los atentados se suceden y marcan una década de relaciones internacionales tras la invasión de Afganistán. Tras el 11-S, 11-M en Madrid y 7-J en Londres, el terrorismo islámico se convierte en el primer enemigo del orden internacional. Su marca representa la multinacional del terrorismo.
Al declive de Al Qaeda le sucedió un proyecto de Estado que protagonizó la guerra de Siria. El Estado Islámico (Daesh) se estructura con un modelo distinto: redes descentralizadas de franquicias armadas que se conectan al liderazgo global. Del Sahel al Sudeste asiático, grupos armados se identifican como parte de la red, aunque su conexión jerárquica es nula. Cada filial actúa con libertad.
El final abrupto de la guerra en Siria nos abre un interrogante sobre las nuevas formas de terrorismo. Hoy los atentados no son tan espectaculares, pero su recurrencia (atropellos, ataques en mercadillos, apuñalamientos) persigue el mismo objetivo: el miedo es soberano. Las estructuras no son rígidas, sino que son células pequeñas conectadas a través de las redes y los medios digitales.
Ahí radica la gran transformación del terrorismo global. En 2001, internet almacenaba propaganda, pero los terroristas se prestaban a entrevistas en medios internacionales. Hasta tres veces vimos a Osama Bin Laden en las grandes cadenas de televisión con entrevistas largas allá en su cueva.
Hoy, la transformación digital ha afectado a los modos y usos del terrorismo. En materia de propaganda, esta se crea y se consume en redes, videojuegos, canales de streaming o foros. Es comunicación nativa digital que conecta con las nuevas generaciones y se salta la mediación de periodistas, canales de televisión o comunicados.
La nueva propaganda tiene efectos en el reclutamiento, ya que los jóvenes quedan atrapados en redes de conexión, acceso y formación exprés para la comisión de atentados. Asimismo, la financiación ha cambiado. El dinero digital vuela y apenas deja rastro. Los pagos en criptomonedas son una pesadilla más para el contraterrorismo.
Nuevos objetivos y nuevas amenazas
Además de los ataques recurrentes, el terrorismo ha incorporado nuevos objetivos. Las infraestructuras críticas, de las redes de transporte a la energía, aparecen como elementos desestabilizadores. Y el caos, en democracia, alimenta las teorías conspirativas.
La amenaza, así, ha mutado, pero no tenemos una respuesta política sólida y unificada. Tampoco está claro que hayamos aprendido de nuestros errores.
En 2001, la respuesta fue una guerra global contra el terror con dudoso resultado (900 000 muertos directos, 38 millones de desplazados y un coste aproximado de 8 billones de dólares).
En 2025, el terrorismo mira a casa: prevención de la radicalización, control de fronteras, cooperación judicial y contraterrorismo. Avanzar en estas políticas muestra las contradicciones de los países democráticos. ¿Cuánta seguridad queremos a costar de nuestra libertad? No, no hay una única respuesta correcta y sí, hay que marcar los límites a la vigilancia, el control, el seguimiento de las finanzas y muchas otras cuestiones que afectan a nuestra intimidad. Por eso, no hay una solución estándar y universal.
La única certeza consiste en que el terrorismo global forma parte de eso que llamamos “amenazas asimétricas” y está lejos de desaparecer. Al terrorismo se le han sumado nuevos “apellidos”: extrema derecha, supremacismo o conspiranoicos. El reciente asesinato de Charlie Kirk confirma la espiral de violencia política con nuevas formas, pero igual resultado. Es el peor de los caminos.
Usemos, pues, esta fecha para recordar y aprender de los estragos del terrorismo en las sociedades abiertas. Porque no va a cesar.
Juan Luis Manfredi, Prince of Asturias Distinguished Professor @Georgetown, Universidad de Castilla-La Mancha
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.