Castilla-La Mancha, por su situación en el centro de la Península Ibérica y como tierra de paso entre Madrid y Andalucía, se considera una zona de confluencias lingüísticas. Por ello, a veces se emplea el término hablas de transición (Molina 2010: 88) para hacer referencia a la variedad de esta zona, por donde atraviesan diversas isoglosas que representan los límites geográficos de distintos rasgos lingüísticos. Según Moreno (1996: 214), las deficientes comunicaciones, sobre todo en el eje oeste-este, y el predominio de lo rural sobre lo urbano han favorecido en la región la pervivencia de rasgos lingüísticos locales, aunque quizá esto haya cambiado en los últimos veinte años.
El área no es homogénea desde el punto de vista de la lengua y, además, los límites lingüísticos no coinciden con los administrativos. Por el oeste de la Comunidad se aprecian las influencias leonesa y extremeña. Por el este se comparten rasgos con la zona oriental de la Península, de influencia aragonesa. El norte está influido por la norma que irradia de Madrid y, finalmente, el sur comparte rasgos con el andaluz. Las provincias de Toledo, Albacete y Ciudad Real se pueden considerar innovadoras desde el punto de vista lingüístico, en el sentido de que se tiende a adoptar los cambios, sobre todo fonéticos, que irradian desde el sur, mientras que Guadalajara y el norte de Cuenca se consideran zonas conservadoras, que coinciden en la fonética con la de Castilla la Vieja.
A continuación se presenta un resumen de los principales rasgos fonéticos, morfológicos, sintácticos y léxicos de la región que proviene en lo fundamental de Moreno (1996).