Antonio Fernández Vicente, Universidad de Castilla-La Mancha
En el centenario del nacimiento de Mario Benedetti, les contaré una historia de amor, encadenada por los versos del poeta uruguayo. Podría ser la historia de cualquier persona.
Capítulo primero: táctica y estrategia
En el amor, como en la guerra, urge servirse de táctica y estrategia. En el principio de todo amor se levanta con prudencia la mirada, que seduce e invita al encuentro para admirar los cuerpos y auscultar las interioridades.
De esa forma aprendí a quererla como es, y no como hubiera querido que fuese, de acuerdo a un difuso ideal. Porque para amar hay que aprender a mirar, a concentrarse con atención y deleite en esa persona que, diría Stendhal, es para nosotros un modelo de belleza, una promesa de felicidad. De nada sirven los vistazos distraídos y huidizos. La belleza reside en la mirada.
Después vino la táctica del habla y la escucha. Llegaron las palabras sinceras, sin las dobleces que enturbian las conversaciones. Y en el diálogo de los silencios traté de huir de los lugares comunes y los sueños quiméricos. Tal vez sea esa la razón por la que “entre los dos no haya ni telón ni abismos”.
Entre vaivenes, una simple estrategia conducía mis devaneos amorosos:
que un día cualquiera
no sé cómo ni con qué pretexto
por fin
ME NECESITES
Capítulo segundo: enamorarse y no
Táctica y estrategia cristalizaron el amor. Todo mi mundo estaba encantado: esos germinales instantes de miles de impulsos vitalistas y entusiastas engrendraron algo que llamamos nosotros. Comenzamos a habitar el paraíso compartido de las ilusiones alcanzables y la belleza infinita.
Cuando uno se enamora las cuadrillas
del tiempo hacen escala en el olvido
la desdicha se llena de milagros
el miedo se convierte en osadía
y la muerte no sale de su cueva
Pero la amenaza del desenamoramiento se cierne como una duda asfixiante. Y esa terrible sospecha anticipa un tiempo en el que el mundo volverá a revestir las realidades grotescas. Las miradas del amor quedan ahora limitadas a la invención de nostalgias perdidas y la posibilidad del desengaño nos devuelve a las tinieblas de la soledad, agrieta el encantamiento.
por el contrario desenamorarse
es ver el cuerpo como es y no
como la otra mirada lo inventaba
es regresar más pobre al viejo enigma
y dar con la tristeza en el espejo.
Capítulo tercero: corazón coraza
El amor maduró. Atrás quedó su juventud, esa en la que las declaraciones son promesas de eternidad, la certeza de que todo corazón es también una coraza: los amantes saben que se tienen sin que nadie posea a nadie. Es tan poco lo que puedo conocer de ti, y lo que tú puedes conocer de mí.
Pero teníamos que amar, aunque supusiera el más atroz de los sufrimientos, aunque mi voluntad ya no fuese mía, “aunque te busque y no te encuentre”.
Capítulo cuarto: hagamos un trato
Y llegó el punto de inflexión de toda historia. Entre las dudas y las certezas, propusimos ambos un trato. Olviden ustedes los contratos: el amor no entiende de transacciones, no se firma con estilográfica ni se ratifica ante las autoridades. El amor consiste en asumir el proyecto de una vida en común, de un compromiso con la diferencia, como sostenía el filósofo Alain Badiou. El trato fue muy sencillo:
Compañera
usted sabe
puede contar
conmigo
no hasta dos
o hasta diez
sino contar conmigo
Capítulo quinto: el amor como acción
Consolidado el amor en esa incierta vulnerabilidad, alcanzamos el momento del “qué hacer”. Ahora el amor es transgresor: convierte a los enamorados en cómplices que trabajan por la justicia.
Y en la calle codo a codo
Somos mucho más que dos.
Decir “te quiero” es un acto subversivo en un tiempo en el que, como afirmaba el filósofo Erich Fromm, se nos enseña antes a odiar y a ser indiferentes que a amar.
Capítulo sexto: La tregua
El amor es un feliz paréntesis a las terribles vicisitudes de la vida. Se revela en momentos de precariedad y urgencia. A pesar de todo y en cualquier circunstancia, vela por nosotros con la misma intensidad que velamos al ser amado. Así lo mostraba Benedetti en Bodas de perlas, dedicado a su inseparable esposa Luz:
El largo amor no tiene cismas
ni soluciones de continuidad
más bien continuidad de soluciones.
Luego vendrá el final del bello paréntesis. Pero, mientras dure la tregua, la “proeza sentimental” que es el amor combatirá las soledades. Y a su muerte sentiremos algo más que un mero fallecimiento: el dolor presentido e insondable de la mayor de las ausencias, como Benedetti consignaba en La tregua:
Murió es el derrumbe de la vida, murió viene de adentro, trae la verdadera respiración del dolor, murió es la desesperación, la nada frígida y total, el abismo sencillo, el abismo.
Epílogo
¿Y qué nos depara el destino cuando cesa el amor? Para el místico árabe Ibn Hazm, el amor sólo desaparece por la muerte o por el olvido. ¿Y cuando ocurra? Nada es eterno. Habría que inventar un nuevo amor, como Benedetti advertía en el cuento Realidades que se acaban:
Si un amor concluye intempestivamente, es urgente improvisar otro, ya que sin amor los resortes de la cotidianidad se oxidan. Y si llega el eco de otro amor vacante, disponible, hay que cazarlo al vuelo. Mejor dicho, abrazarlo al vuelo, besarlo, acariciarlo, penetrarlo.
No concluyamos entonces, forcemos otra tregua con un último poema del inventor de amores:
Pero ni colorín ni colorado
el cuento no se ha acabado.
Antonio Fernández Vicente, Profesor de teoría de la comunicación, Universidad de Castilla-La Mancha
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.